NOLITE TE BASTERDES CARBORUNDORUM.

“No dejes que los bastardos te jodan”, un mantra para la resiliencia y la supervivencia. (Atención puede contener spoilers).

Siempre he sido un niño un poco rarito en cuanto a gustos cinematográficos ya en la infancia he gustado de pelis que han representado mundos distópicos como Fahrenheit 451, La fuga de Logan, El planeta de los simios, Westword (Almas de metal) o 1984. No sé si me gustaba evadirme de la gris sociedad del tardofranquismo y los primeros años de democracia o quizás imaginar que otros mundos eran posibles, el caso es que me aficioné a este tipo de películas que desde entonces veo. La última que sumé a este grupo de mundos distópicos ha sido la tenebrosa serie “El cuento de la criada” (The Handmaid’s Tale) basada en el libro de Margaret Atwood que reúne todos los miedos y temores que más me oprimen y preocupan en la actualidad. Un mundo totalitario, antihumano y tan tristemente parecido a la realidad.

El mundo antiutópico propuesto por la autora de la novela para un hipotético EE.UU. es simplemente aterrador y no sólo posible, sino que, con encender la televisión y ver la noticias, podemos ver situaciones reales en la actualidad en diferentes puntos del planeta que igualan o superan lo que la serie muestra. Mundos que subyugan a las mujeres y las convierten en bellos objetos decorativos o en herramientas en pro de la reproducción, donde se asesina a los homosexuales por improductivos y degenerados. Donde el fascismo y el nazismo convierten al amor en algo indeseable y donde dios y la religión son la herramienta y excusa para controlar a la población, donde se masacra y denigra la libertad humana, donde todos se vigilan y la amistad es casi inexistente.

Lo más preocupante y lo que más miedo da es que la autora no habla en su obra de nada que no haya pasado o esté pasando… esto es lo más aterrador, saber que todo es tan verosímil y posible. Un mundo donde una serie de supremacistas se creen en el derecho y en la obligación de salvar al mundo y preservar el linaje humano, heredero de la intervención divina, ¿pero salvar al mundo de quién y para qué? Yo preferiría vivir en un mundo condenado a la extinción, pero libre, que en un mundo donde es imposible expresar en libertad la propia opinión, sustituir un mundo imperfecto por otro reglado y tan bellamente fotografiado en la serie, la crueldad está rodeada de belleza y de una sencillez que la hace aún más dura.

Un mundo en el que los y las supervivientes son dominadores neomachistas y las dominadas mujeres supervivientes dotadas sin duda de mecanismos resilientes que han permitido que puedan soportar tan duras condiciones de vida y ser tratadas como esclavas sexuales.

Tristemente vemos como se cuelgan o tiran desde la azotea a los homosexuales en Siria e Irak por parte del estado islámico o como tratan a las mujeres como objetos útiles para la reproducción y aumentar así el número de creyentes, como se destruye la cultura y se mata al que disiente.

No puedo dejar de recordar los versos de Martín Niemöller del poema “Cuando los nazis vinieron por los comunistas”, que tratan acerca de las consecuencias de no ofrecer resistencia a las tiranías desde el inicio.

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

porque yo no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar.

 

La serie duele porque se siente el argumento próximo, no como una distopía lejana, la distopía no está situada en mundos lejanos, futuros e imposibles… se encuentra en nuestro propio mundo y lo que sucede nos podría pasar a nosotras y nosotros, por eso resulta todavía más inquietante, porque es perfectamente creíble.

Lo contado es realidad para muchas mujeres y homosexuales en el mundo que ven vulnerados sus derechos civiles, políticos y sexuales en resumen los derechos humanos de muchas mujeres son consideradas sólo como procreadoras, sin libertad de movimientos o sometidas a mutilación sexual o de muchos homosexuales exhibidos en público y azotados como monos de feria, por simplemente amar distinto; las dictaduras misóginas se caracterizan por prohibir el maquillaje o la forma de vestirse, pero quizá lo más importante es que también prohíben estudiar, leer, trabajar… Hace unos días compartí en redes el triste asesinato en la horca de un joven en Irán que fue detenido con 15 años y del cual Amnistía Internacional consideraba que su juicio fue «flagrantemente injusto» y basado en «confesiones» extraídas mediante tortura.

Lo aterrador es que no sabemos si podría convertirse en nuestro futuro pues los episodios que se suceden en todo el mundo o la tibieza del jefe de la nación más poderosa del mundo al referirse a los supremacistas blancos como simples “malotes” es lo horripilante. Los retrocesos en cuanto a derechos se están produciendo en muchos países y no sólo en dictaduras políticas enloquecidas como la norcoreana, sino que están presentes en países más cercanos como Chechenia y Rusia.

La cuestión es saber cuántos saldríamos a la calle para enfrentarnos a una situación como la narrada en la serie o en el libro ¿cuántos hombres heterosexuales saldrían a la calle a jugarse la vida por los derechos de las mujeres y los maricas? Lo que entristece es que la carencia de derechos de muchas personas no es vivida con dolor por muchos hombres y unas tantas mujeres ¿Qué papel debe jugar el Trabajo Social en este sentido? Sin duda, no es fácil responder a esta pregunta… Como profesionales del Trabajo Social nos debemos a nuestro código deontológico y a la salvaguarda de los Derechos Humanos, pero como seres humanos no estamos libres de prejuicios y de miedos… ¿Nos proporciona el Trabajo Social suficientes herramientas como para enfrentarnos a situaciones límite como éstas?

El amor e incluso el sexo se convierten en la tabla de salvación para June que incluso mantiene una relación con el opresor y que junto a otros mecanismos resilientes la convierten en una auténtica superviviente y en una miembro de la resistencia. Entre los factores externos que actúan reduciendo la probabilidad de daños de la protagonista están el apoyo recibido por alguna de sus compañeras (el reconocimiento como grupo y su integración social en éste) así como el descubrimiento del dolor y anhelo por la búsqueda de su hija y la de otras muchas criadas, a pesar de las reservas y la dificultad de confiar en otros, pueden reconocerse apoyos en algunos miembros del servicio de la casa (incluso del “ojo” del opresor) pero son los atributos internos de la protagonista como la autoestima, la seguridad, la confianza en sí misma y su facilidad para comunicarse y ser empática incluso con los abusadores, los que la salvan del calvario y la esclavitud mental, que no física.

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